domingo, 21 de diciembre de 2014

Sr. Ávila. Segunda temporada

Negocio o muerte. Seguir adelante. Sobrevivir cueste lo que cueste. Da igual el número (de muertes). Da igual la vida porque todo en ello es mentira. Da igual el martes o el jueves, la esposa o la amante, el señor hache o el Iván de turno o la Ana de postín. Cuando el infierno es cotidiano las balas se respiran, se hacen reales más que nunca. El fuego, los atascos, las gafas, las escaleras, las cloacas, el precio y todo lo que es personal. ¿Es difícil ser verdugo de tus iguales o lo hacemos difícil nosotros? Necesitamos más tipos como Ávila en nuestra vida cotidiana, en nuestros domingos con misa, en nuestros confesionarios siniestros. Nunca una iglesia fue visitada de forma tan irreal; nunca un manicomio fue un teatro tan irreal; nunca un croata habló tan bien el castellano; nunca habrá otro Iván como Iván. Las espaldas anchas y las pistolas. Si algo nos enseña la segunda temporada de Sr. Ávila es que todo es manifiestamente mejorable: una caja de muerto, dos metros bajo tierra, una policía con ganas de todo, un vendido por una botella de tequila, un perro que falla a su amo, una mujer por su alquiler. Y todo lo demás, también.

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