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domingo, 29 de noviembre de 2015
El señor obispo y los domingos de noviembre y diciembre
Estaba leyendo el twitter de Moñino, recordando nuestro mejor trío de extranjeros (sin mencionar todos los que habéis imaginado con Jenna Jameson y alguna amiga suya después de las preguntas a Kobe) con Bobby Martin (¿cómo llegó al Real?), Anderson y Rogers. Aquel equipo, el domingo que me confirmaba en la parroquia, le ganó al Real Madrid. A mí se me olvidó grabarlo en VHS, y todavía lo tendría por ahí dándole al video (nunca hubo un invento tan efectivo como él, grabar, reproducir, rebobinar, sencillo y eficaz). Resulta que en hora y media viene a confirmar el señor obispo a 12 personajes de la parroquia de la residencia catastral. En nuestra celebración, si no me falla la memoria como a Kobe y a otros, fuimos 84. Y pudimos ser más, pero dos de nuestros compis de grupo se confirmaron antes del casamiento. Hubiéramos sido 86. No me quiero poner en plan Braudel ni Bloch, ni contar piernas y dividir entre dos en las manifestaciones, pero es la realidad. Las iglesias se vacían. Anoche más del 80% del personal de misa de 7 eran viudas. Las conté e hice la proporción rápida. Entre el 80% y el 81%. Casi nada. Y, mientras, el barra brava Francisco, pseudo Sumo Pontífice, haciendo las Áfricas en busca de los productores del Cola Cao. La batalla está perdida pero tenemos que seguir sacando agua del barco de San Pedro. Otro pescador hecho a sí mismo. Otro pecador de los de toda la vida. Cada vez que caigo en la desesperación (cada 20 segundos, entre un tiempo muerto de Byron Scott y otro de George Karl), recuerdo las enseñanzas de Kiko Amat respecto al Nuevo Testamento. Y también respecto al Viejo Testamento. Vivan los testamentos, y la muerte del testador y las toses que no se paran y los domingos con menos de veinte grados y todo lo demás.
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