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domingo, 30 de diciembre de 2018
Fortitude. Tercera temporada.
Siempre hay epílogos. Y se agradecen los cortos, como el de la tercera temporada de Fortitude. Aquí no vale el axioma veraniego de Murcia (en tiempo de melones, cortos los sermones) porque vivimos entre nieves. Pero los puntos suspensivos hay que acabarlos o interpretarlos de cierta manera. Procedimientos innovadores y clásicos de toda la vida, como el dolor. Viva el dolor debería ser el sobrenombre de Fortitude. Alegría, problemas en el colegios, gordas y todo lo demás. ¿Por qué no nos gustan los marginados? ¿Los delatores cumplen con su deber? ¿Quién debe acabar con los conspiradores? Y la gente no cambia. Nunca. No es posible. Fantasía, locura, magia, avispas. Farmacéuticas que mandan sobre las personas. Circunstancias, mierdas, parásitos. Líquidos cefaloraquídeos que lo solucionan todos. Donantes inoportunos. Muertes necesarias. Experiencias sobrenaturales. Este final es propio de Tarantino, del primer Tarantino, no en lo que se ha convertido ahora. Viva Fortitude. Viva Noruega. Viva.
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