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sábado, 23 de marzo de 2019
El cuento de la criada. Segunda temorada.
Huir. Escapar. Huir. Morir. Buscar un plan con el que cambiar el asunto. Cambiar. Morder. Sangrar. Exterminar. ¿Y todo para qué? ¿Con qué sentido? ¿Para qué seguir respirando si todo está perdido? Si en la primera temporada de El cuento de la criada escribía sobre la capacidad de tener estómago, en la segunda ya se pasa a todo tipo de entrañas, vísceras, despojos y uñas podridas. O todo tipo de uñas. Hay que pensar en la peor de las Chekas, en los peores métodos de la KGB o de las SS, en los peores métodos de la Stasi y en los muertos de Treblinka (y si dices Treblinka puedes decir cualquier nombre). El periódico cerrado como metáfora. Escapar, escapar, escapar. Solidaridad y propaganda. Porque El cuento de la criada es una reflexión profunda sobre lo que se nos vende (un régimen) y el modo de venderlo. Ríanse de los postulados sobre propaganda de Henry Ford. Y también nos lleva a la cocotera de que es imposible perdonar (¿o acaso podemos olvidar lo que hizo Hitler, Pol Pot o Stalin?). No. Antes muerto que perder la vida. Viva la crucifixión, viva la huida hacia la redención. Lo escribió Montero Glez, "el pasado, o se olvida, o se magnifica". Y habrá que magnificarlo de una vez, para que no se nos olvide. Y hasta un capítulo de Friends en el peor momento de nuestra vida nos parece bueno. O no. Hay demasiados sofás en el bar de Friends, demasiadas risas enlatas, demasiadas historias olvidadas en esa redacción del Boston Globe. Todos los zapatos tienen un pasado. ¿Hay de verdad que creer en los ángeles salvadores? ¿Se puede creer en una sociedad en la que las sogas están institucionalizadas? ¿Todos los asesinatos son justificables? ¿Es fácil huir cuando el cuerpo te pide ayudar más? ¿Cómo medimos el dolor? ¿Por qué no hay lágrimas suficientes en el mundo? Hasta recuerdos de Jordan Catalano hay en la segunda temporada de El cuento de la criada. Pero no hace falta ficción para hacer asociaciones de ideas y ver que en ciertos países, en el siglo XXI hay que tipos que dicen lo que hay que hacer, que asesinan impunemente, que joden la marrana con violaciones masivas (también institucionalizadas). El Infierno es una cosa muy personal, y te puede tocar a ti. O a tu índice. Reflexiona también la serie con la capacidad de elegir, de entregar(se) o no a los demás, a renunciar a la libertad por un auxilio en primera persona del singular. Casi nada. No hay desamor, solo venganza y misoginia a raudales (como si estuvieras definiendo una canción, sea de Los Planetas o de cualquier grupo del WARM). No quedan sentimientos, no queda nada en mitad de un campo de mierda. Los Estados tienen ese afán autodestructivo (no solo en la España actual, ni la del 36-39). El populismo hecho acicate, vender humo para que no veamos el Infierno en el que vivimos los que no tenemos chalé en Galapagar. Y resulta que todo es mentira.
Coda: No queda otra que encoger el corazón (si es que alguna vez lo tuviste) y tragar sapos. No queda otra (y menos en tiempo electoral). Y todo lo demás.
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