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miércoles, 30 de junio de 2021
For All Mankind. Segunda temporada.
Todo es mentira en la segunda temporada de For All Mankind. Pero una gran mentira, una mentira bien hecha en la que no se han ahorrado un rublo. Ni un dólar. Nada. Todo rozando mentiras perfectas, de esas que sueltas y se creen, aunque a veces sean forzadas. Y empieza con tito Ronald, exdemócrata que ve la lucidez y se pasa al republicanismo y vende manzanas. Porque en esta serie, sobre todo, se venden manzanas. Y empieza, el marido de Nancy, otra exdemócrata que también ve la lucidez y se pasa al republicanismo y que también vende manzanas (o la frutería entera), con un discursito de los que llegan antes, durante y después de la Guerra Fría. Cold War para todos, para toda la humanidad, aunque en vez de con Nirvana yo hubiese acabado con Pearl Jam. Pero no todo es perfecto en la vida, no existen las manzanas perfectas por mucho brillo y mucho verde que tengan. No. Cócteles del mundo, batidoras del mundo, venid aquí: Que si Obama, que si tita Margarita vendiendo neoliberalismo, que si Solidaridad polaca, que si intentamos matar(otra) vez al papa polaco, y Juan el de los Beatles se salva… ¿Necesitamos una distopía dentro de la distopía coronavírica? ¿Necesitamos ficción en tiempos de crisis? ¿Qué fue de los ideals? ¿Qué fue de los libros de Bioy Casares? ¿No tuvimos bastante con La invención de Moral”. Pero lo que hace la segunda temporada de For All Mankind es llevar la guerra fría a la Guerra de las Galaxias. Y se me olvidaba la frase de tito Ronald, que por eso empezó todo, y Andropov en el horizonte: “No hay sustituto posible para la Historia”. Claro que sí, una novela. O una película de las que él protagonizaba cuando era demócrata, no republicano. NO señor. Pero hay más frases, antes y después de que saliera Andropov: “Si deseamos la paz, el camino para conseguirlo es la fuerza”. Y había videollamadas antes de las videollamadas, antes del Meet y el Zoom y todas esas variantes tecnológicas de la llamada telefónica de tu jefe para hacerte perder una hora. O dos. Y zanahorios varios y chinos y Panamá, y tipos llamados Gordon que se ponen gordos en plan alcachofa icetiana. O no. Lo de esta temporada de FAM es otro Vietnam. En el espacio, pero otro Vietnam. También dicen que el Vietnam español fue Marruecos, pero con eso eso ahora no nos metemos, que no me han puesto en las oposiciones siendo 2021 nada de Annual. Del desastre de Annual. FAM habla de superar discriminaciones, habla de llevar al poder a mujeres con puestos de responsabilidad, habla de relaciones rotas e intentos de reconstrucción, habla de grietas que te perforan el alma y de búsquedas que solo te llevan a la ruina. Pero también, aunque casi como todo en la vida, deja camino para la redención, para redimirse de pecados pasados, para lastras esclavitudes y para sacar los más bajos instintos. Siempre hay que sacarlos, aunque suenen los Killers y tengamos otra china buscando su pasado en blanco y negro. Siempre en blanco y negro, en una tele vieja de un bar, o de un hospital, o de un cuartucho cutre de un edificio caro. Mira que hay cuartuchos caros en edificios de socialmente no retrasados, joder. Y reflexiones sobre lo de enseñar a los niños, no solo a los de Mallorca y su macrobrote: “La docencias, esa cosa que haces si no puedes hacer lo que quieres hacer”. Y siempre hay fallos, aviones que derriban aviones, hipertensiones internacionales, jodiendas con vistas a una bahía que no quieres pisar porque te manchas. Y quien dice una bahía, dice la luna. O las lunas. Y suenan los Clash y se vende un bar. No puede ser. Y suenan walkirias en el otro Vietnam de los cielos. Y te das cuenta de que no ves, o no quieres ver, y que hay decisiones que debes tomar o quedarte a un lado. For All Mankind, una serie para enmarcar. O casi. Y que suenen los Libertines...
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