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domingo, 26 de junio de 2022
Espinosa Pardo. Historia de un confidente.
No había leído nada de Paco López Mengual. A Espinosa Pardo le sobran páginas. Muchas páginas. No quiero decir que el resto de páginas, las que sobran, estén mal escritas. Todo lo contrario. Pero esto hubiera quedado mejor como un cuento, como una historia que contar entre partidas de dominó, que para eso hemos venido a esta vida los que no sabemos jugar al mus. Pero cuando sale la palabra espía, todo cambia. Ejércitos, tableros de ajedrez y mierdas que dicen los tertulianos que nadie entiende. O no quiere entender. Todo mentira. Todo se sabe. Aunque hay nombres que está bien subrayar, y me parece bien: Juan Barranco, Enrique Barón o Ernest Lluch. Y luego, ahora que estoy con José Freixinos Villa, Hernández Ros. Hernández Ros, su bici, los pantanos y todo lo demás. Escribe López Mengual: “Sacar a Hernández Ros de la cárcel fue como abrir la caja de Pandora: en unos años, se hizo dueño y señor del Partido, ya casi de Murcia”. También habla LM de la valija diplomática, como todos hemos hablado de la valija diplomática. Luego cita a Francisco Vivas Palazón, y al FLN, y viva Argelia, y guerrilleros y más madera, que todo es mentira, también en África. 1956. Independencia, claro que sí. Aparece hasta la palabra compromiso. Viva Yugoslavia. Aprendizajes yugoslavos, como Petrovic botando con la izquierda antes de tirar con la derecha. ¿No era eso lo que hacía Tito imitando a Stalin? Cita López Mengual saltos de avión, independencia, montañas Boukhari. Y otra vez París, y el FLN, y la familia olvidada (¿podemos acordarnos de la familia con deberes revolucionarios?). Causas argelinas, argelinos todos. Y luego todo eso se fue al olvido, claro que sí. Influencias fallidas, mierdas con sabor a lo que no sabe nada, o a casi nada, o a mierda. Collado, González, Canarias, asesinatos frustrados, porque se repiten demasiados parecidos, huidas hacia adelante, Torreagüera y Beniaján, y familias paralelas, y agonías largas y ya se sabe que las agonías largas son muy malas (tanto o más que las vocaciones tardías). Aparece Espinosa Pardo en este libro de López Mengual como un tipo que estaba en todos los saraos, en todos los aeropuertos del Mediterráneo, en todos los asuntos turbios. Pero no habrá premio para los que viven en las sombras, porque se supone que nunca han existido, que no existen y que no existirán. Ya lo decía Federico Volpini: “El diablo es un agente doble al servicio de la Providencia”. Espinosa Pardo aparece como infiltrado entre los infiltrados, como espía de los espías, como chivato de todo lo que se podía escuchar y oír, con ese doble juego del tardofranquismo y de la transición de ser salsa en cualquier ensalada, de permitir el crecimiento del PSOE para arrinconar al PC. Pero la teoría no siempre se pone en práctica bien. Lo dicho, esta historia hubiera quedado bien como un cuento de Borges, como un Plan de Evasión de Bioy Casares, como algo brillante pero que no nos atiborre de nombres y fechas y lugares comunes. Pero el intento ha estado bien, en plan anécdota tras anécdota, café y cerveza, historia de cárcel tras historia de cárcel, Cubillo y movimientos de independencia, y argelinos y rusos y yankis y política murciana de mitin en mitin como aquella rumba de La Condomina y las purgas de Hernández Ros y otra historia sobre una cárcel de Chile y todo lo demás.
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