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miércoles, 17 de agosto de 2022
Las guerras civiles: Una historia en ideas.
Empieza David Armitage su libro titulado Las guerras civiles: una historia en ideas citando a Víctor Hugo y Hannah Arendt, adelantando un prólogo en que habla de la “Larga Paz” que hubo tras 1945 (podríamos también entrecomillar 1945, pero no hay que llegar al cansancio tan temprano). Como precedentes de esa LP habla de los periodos comprendidos entre las guerras napoleónicas y la guerra de Crimea [1815-1853] y entre la guerra franco-prusiana y el comienzo de la IGM [1871-1914]. Pero, pese a todo, escribe DA que “nuestra era no es un tiempo de paz plenamente tranquilo”. También subraya el concepto de “guerra asimétrica”, definiéndola como “aquella en la que el Estado o sus habitantes se ven atacados por fuerzas no estatales”, apareciendo a continuación nombres como los de Al-Qaeda o Estado Islámico. Y añade el autor en el prólogo: “La Larga Paz sobrevive bajo una oscura sombra, la de la guerra civil”. Apostilla además: “Gradualmente, la guerra civil se ha convertido en la forma de violencia humana más extendida, destructiva y característica”. Habla el autor de la mayor duración de las guerras civiles contemporáneas que las guerras entre estados (hay que recordar que este libro es de 2018). Asegura DA que “el mayor legado de una guerra civil es más guerra civil”. Y él, como teórico del balón regateando entre defensas que van entre Aguirre y Suárez, escribe: “Lo único que puedo hacer como historiador es desvelar los orígenes de nuestras actuales insatisfacciones”. Asegura Armitage que nuestro mundo no es un mundo en paz, “es un mundo en guerra civil”, algo que es “esencial a la naturaleza humana”. Incide en el daño causado por estas guerras en familias, naciones y en las cicatrices que han dejado en todas ellas. Y aparece el postureo político, porque para Armitage “hoy la política democrática se asemeja cada vez más a una guerra civil por otros medios”. Y por lo que nos toca, o ha dejado de tocar, entre primitiva, QH y cupones prociegos, surge la palabra historia: “La ventaja de la historia, y tal vez la maldición de recordarla, está en el conocimiento de que la guerra civil nunca ha sido una categoría tan estable y transparente como parecería implicar su uso popular”. Deja buenas frases esta obra, Las guerras civiles: una historia en ideas. Espadas y sangre en una portada que deja un poco aséptico para el torrente que hay página tras página. Difícil asunto el de las cubiertas, casi o tanto más que el de las guerras civiles. Habla el autor de 3 momentos, uno mediterráneo, otro europeo y otro mundial de la “longue durée de la guerra civil para ilustrar su génesis, su transformación y sus aplicaciones contemporáneas. El primero es la Roma antigua, el segundo es la temprana Europa moderna y el tercero a mediados del siglo XIX”. Y pone énfasis a la hora de establecer los límites entre guerra civil y revolución: “Hay que rebautizar las guerras civiles exitosas como revoluciones, mientras que los revolucionarios negarían haber estado comprometidos en guerras civiles”. En palabras del propio autor, “Every Great Revolution is a Civil War”: La primera parte del libro la titula DA Caminos desde Roma, subrayando la importancia de la tradición romana, ya que indica que los habitantes de Roma fueron los primeros en vivir el asunto como una guerra civil, con enemigos propios que no eran extraños y que llevaron a llamar a aquello “bellum civile”. Cita y vuelve a citar los asesinatos de los Graco, pero señala que “la sucesión de guerras civiles de Roma comenzó cuando el cónsul Lucio Cornelio Sila marchó sobre la ciudad al frente de un ejército en 88AEC con lo que violaba el tabú más importante para cualquier gobernante o mando militar romano”. Aquellos jaleos entre Mario y Sila, y los seguidores de ambos, y algo que se va a repetir hasta el presente, aunque ahora los instrumentos son otros: “Las trompetas y los estandartes eran los signos visibles, la guerra convencional era el medio, y el control político, el fin”. Siempre el control político, no podía ser de otra manera. Apostilla DA: “La guerra llegó a definir la historia de la civilización romana, ya fuera como maldición que la comunidad no podía quitarse de encima, ya como catarsis de las enfermedades populares de la república que permitió la restauración de la monarquía”. Viva la catarsis. Se recrea DA con el triunvirato de César, Pompeyo y Marco Craso y las implicaciones que todo aquello trajo, incluidas las familiares entre ellos. Vuelve al segmento de ocio del Rubicón, y a las opiniones de Cicerón, fiel seguidor de Pompeyo. Y Catilina y la forma del cambio con la instauración imperial, y citas de Tácito: “La tiranía era la continuación de la guerra civil por otros medios”. Y los desastres tras Nerón, y los escritos de San Angustín. En la segunda parte, el autor habla de guerras incívicas en el siglo XVII. Ahora el recreo llega a las obras de Thomas Hobbes, las propias y las que editaba, como las reediciones de obras como las de Floro, Tácito, César o Tucídides. También hace referencia a las luchas entre pizarristas y almagristas en los territorios americanos contados por Gonzalo Fernández De Oviedo, Agustín de Zárate y Pedro Cieza de León. Y ese fenómeno histórico llevó a la creación variada: “Que en los siglos XVII y XVIII los libros produjeron revoluciones es un tema que los historiadores han debatido acaloradamente, pero de lo que no cabe duda es de que las guerras civiles producían libros”. Escribiendo sobre Hobbes, lo hace así DA: “La famosa guerra de Hobbes de todos contra todos no era en absoluto una guerra civil”. Después habla de John Locke y de las revoluciones británicas y de Algernon Sidney. Escribe Armitage: “La era de las revoluciones también fue una era de guerras civiles”. Siguiendo a Koselleck, el autor rescata la frase: “La revolución hizo su aparición a lo largo del XVIII como un concepto opuesto al de guerra civil”. Y sobre esta época, el autor recalca que los autores europeos en ese contextos hablaban de tres tipos de guerra civil, a los que denominaban sucesionista, supersesionistas y secesionista. En este sentido, subraya la labor de Emer de Vattel y su libro El derecho de gentes, que para los creadores de USA “habría de oficiar casi como una Biblia”. Y de allí pasó también a América Latina y a la Europa meridional. A continuación, vuelve a preguntarse el autor sobre la forma de llamar a lo ocurrido en Norteamérica: “La revolución fue un acto de liberación de americanos que se identificaban como tales, se sentían distantes de Gran Bretaña y exigían la autodeterminación”. En ese mismo asunto, cita La riqueza de las naciones de Adam Smith, fechada en 1776, y se recrea en las guerras civiles británicas de 1642-1645, de 1648-1649 y de 1649-1651, haciendo referencia a que otros autores también incluyen la Revolución Gloriosa de 1688-1689. De ahí pasa al estudio del asunto francés: “ El caso paradigmático acerca de la implicación mutua de revolución y de guerra civil es la revolución francesa”. Afirma Armitage: “Después de 1789, las revoluciones, en plural, se convirtieron en la revolución, en singular. Lo que había sido natural, inevitable, ajeno al control humano, se volvió voluntario, calculado, repetible. La revolución como acontecimiento dio paso a la revolución como acción”. Y le sigue dando al torno: “En los años posteriores a 1789, la revolución también desarrolló una autoridad con su derecho propio, en cuyo nombre la violencia política era legitimable”. Pero siempre hay oposición, siempre hay una media naranja en contra de la otra, y los finales alternativos se los dejamos a Airbag: “La búsqueda de la guerra civil en el corazón mismo de toda revolución es directamente contrarrevolucionaria”. Cita el autor a Furet y a Edmund Burke, y sobre el segundo escribe Armitage: “Burke fue un observador de talante hostil al desarrollo de la Revolución Francesa. Su fusión de Revolución y Guerra Civil no era una sutil puntualización histórica sobre la fusión de estas categorías, sino que se proponía socavar la legitimidad de los revolucionarios”. Después salta a Kant, a Marx, a Engels, a Lenin y a Stalin. Sobre Lenin: “Lenin sostenía que tras victoria de la revolución proletaria permanecerían al menos tres clases de guerras: las de autodeterminación nacionalista, la de represión burguesa contra los estados socialistas emergentes y las civiles”. En la tercera parte, Armitage habla sobre los intentos de civilizar la guerra civil. Empieza la tercera parte con el discurso de Lincoln en Gettysburg, y cita al abad de Bably y el recuerdo de Juan Romero Alpuente: “La guerra civil es un regalo del cielo”. Además, refleja el autor que la más importante de las obras modernas sobre la guerra –De la guerra (1832), de Carl von Clausewitz—no contiene ni una sola mención de la guerra civil”. A continuación, DA cita a Jomini, que si admite las guerras civiles y las de religión. Hasta Los miserables de Víctor Hugo aparecen en el libro. Pone énfasis el autor en el asunto gringo: “La Guerra Civil Norteamericana tuvo lugar en el seno de una capitalista global construida sobre la base del algodón y el trabajo esclavo, con ramificaciones que se hicieron sentir en el Caribe, Euripa, Egipto y el sur de Asia. También se produjo en medio de una explosión de violencia de mediados del siglo XIX”. Continúa con el asunto: “La Secesión –intento de crear un estado nuevo—lleva por tanto a la guerra civil; esto es, a un conflicto armado en el seno de un estado establecido”. Y sigue: “Con esta perspectiva de longue durée, la Revolución norteamericana parece responder a un arquetipo, mientras que la Guerra Civil Norteamericana, una vez más por su extemporaneidad que por su violencia, parece una anomalía”. Y todo eso para acabar con la pregunta de rigor: “¿Es posible civilizar una guerra civil?”. La guerra, su domesticación y todo lo demás. Llegando a la problemática de los conflictos actuales y contemporáneos, DA asegura: “El orden internacional moderno descansa en dos principios fundamentales, pero incompatibles. Uno es la inviolabilidad soberana o independencia. El otro es la obligación de respetar los derechos humanos y que la Comunidad Internacional tiene capacidad para intervenir en nombre de aquellos que persigue…”. La cita continúa, pero la entendemos todos. Vuelve a citar a Lincoln respecto al concepto de secesión (“reconoció que solo podía ser legar si era consensuado”). Cita a Francis Lieber, primer profesor de ciencias políticas en Yankilandia y habla de su código, y acaba el capítulo con otra cita de las que copiar en colores: “Como tantas otras veces, el progreso hacia la paz perpetua entrañaba una marcha a través de camposantos alimentados por guerras civiles”. El capítulo sexto, sobre el siglo XX, empieza con una cita de Jaime Torres Bodet de 1949: “Todas las guerras europeas –decía Voltaire—son guerras civiles. En el siglo XX, esta formulación se aplica al planeta entero. En nuestro mundo, que se estrecha a medida que las comunicaciones se hacen más rápidas, todas las guerras son civiles, todas las batallas son batallas entre ciudadanos, más aún, entre hermanos”. Sigue citanto, esta vez a Fénelon, a Rousseau, a Henri Martin, a John Rawls, incluso a Michael Foucault: “La política es la continuación de la guerra civil”. Escribe sobre estas diatribas DA: “A lo largo del siglo de guerra casi permanente que fue la segunda guerra de los 100 Años (1688-1815), la guerra civil europea había llegado irónicamente a significar, tanto en el continente como en sus acontecimientos imperiales, un grado de unidad cultural y a la vez una diferencia de orden civilizatorio respecto del resto del mundo”. Hablando de guerras contemporáneas cita el asunto/caso de Dusko Tadic y reflexiona sobre la guerra de Irak y su tratamiento por parte de algunos como si fuera una guerra civil. Cita a John Keegan y a Bartle Bull, y sus cinco guerras civiles del mundo moderno: inglesa (1642-1649), norteamericana (1861-1865), rusa (1918-1922), española (1936-1939) y libanesa (1975-1990). Y luego, la Guerra Fría, y, como al principio, cita a Arendt: “las consecuencias de una revolución se muestran en la forma de guerra mundial, un tipo de guerra civil que abarca el planeta entero, como una parte notable de la opinión pública consideró, y muy justificadamente, incluso la Segunda Guerra Mundial”. Añade también la más reciente expresión de guerra civil global, poniendo el ejemplo de luchas ante terroristas transnacionales como la que lleva ingleses y norteamericanos contra miembros de Al-Qaeda, sobre todo tras los acontecimientos de Nueva York de 2001, Madrid 2004, Londres 2005, Bombay 2008, Sídney 2014, París y San Bernardino 2015, y Bruselas 2016. Quizás tengamos que volver a considerar su frase, una vez más: “Tal vez en el siglo XXI todas las guerras sean realidad guerras civiles”. Para concluir, habla de guerras civiles de palabras, y empieza poniendo énfasis en el dolor: “Nuestras ideas sobre la guerra civil transmiten el dolor de dos milenios. Y ese dolor continúa perturbando nuestra política incluso hoy”. Y añade: La mera denominación de guerra civil puede dotar de legitimidad a formas de violencia que de otro modo serían reprimidas o criticadas”. Y poniendo puntos finales, escribe DA: “La guerra civil es un legado al que tal vez la humanidad no pueda escapar”. Un buen libro para reflexionar sobre hechizos convertidos en masacres, palabras traducidas en bombas, definiciones imprecisas para intentar traducir con palabras puñaladas y asesinatos.
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