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sábado, 19 de noviembre de 2022
La forma del agua
Empieza La forma del agua de Andrea Camilleri haciendo un retrato de la Sicilia de mitad de los 90 y nos valdría para cualquier región europea del sur desde entonces hasta ahora. Una descripción de tres páginas en las que resumen los males y el funcionamiento de las sociedades supuestamente avanzadas pero que no siempre avanzan con sus mecanismos de corrupción y supervivencia, que al final de cuentas viene a ser lo mismo. Regiones con problemas que llevan de la mano a otras gentes venidas del este europeo (buena alusión al comunismo nada más empezar) y de distintos lugares de las distintas Áfricas, que son muchas y ninguna igual a las otras. Y, cuando las cosas se ponen feas, y suele pasar demasiado a menudo, llegan ideas políticas que, en vez de solucionar, agravan lo malo y lo peor que está por llegar. Retoma todos estos asuntos al final del libro, después de una explicación que podría por ser cualquier otra igualmente. ¿Qué más da cierto relato cuando lo que aquí nos interesa es el retrato que nos pinta Camilleri? ¿Qué más da un BMW verde, las cabinas telefónicas y un muerto? “El comisario era de Catania, se llamaba Salvo Montalbano y, cuando quería entender una cosa, la entendía”. Aunque la mayoría de veces, con y sin Van Morrison de fondo, o con Wilco y sin Pearl Jam, da igual lo que entendamos. La forma del agua va de mafias, de las de toda la vida y de las que tenemos en nuestra familia, la de los secretos que no confesamos y que al final, como no puede ser de otra manera, se saben, salen a relucir, y te salpican lleves los calzones del derecho o del revés. Pero siempre es importante saber donde está la etiqueta, en las botellas y en los boxers, en el pasaporte de Suecia y en la familiaridad nos siempre bien entendida. Subraya AC el papel del cuarto poder, teles locales contraladas por mafias de todos los sitios en los que la mentira reina en esa república de corrupciones. Y las ruedas pinchadas de la policía regularmente, y los recuerdos de antepasados de la Baja Edad Media, y las referencias a Sciascia (siempre en nuestro equipo) y si hay que citar la Historia de la muerte en Occidente, se cita. O no. Y las reflexiones sobre legislativos y ejecutivos: “En política, todos son como los perros. En cuanto se enteran de que no puedes defenderte, te atacan a dentellada”. Y obispos que citan a Pirandello y mujeres que preparan comida como los ángeles y cuadros que observar y la hipocresía y la Iglesia y sus pastiches. Todo mentira y todos cerdos que comen cerdo: “La mafia ha subido el precio, pide cada vez más y los políticos no siempre están en condiciones de satisfacer sus exigencias”. Y no siempre uno caga bien, ni es perspicaz, ni se cree lo que cuentan por la tele, ni las causas de los asesinatos. Aquí, la muerte primigenia y los asesinatos posteriores, quizás sean algo superfluo, un poco de polen en mitad de la selva, un diurético con el que mear sangre de distintos colores. Y la familia, siempre heredando y construyendo un futuro que no se sabe pero que hay que construir, siempre controlando y corrompiendo, siempre chantajeando y estancando al que hay que hacer lago, porque “cuando uno no tiene el viento a favor, no navega”. Y en ese lienzo lleno de óleos sagrados y de los otros, de los de casa para putas y lugar de encuentro clandestino, salen las “fuerzas vírgenes”. Y no, todavía no sé decir impostergabilidad, aunque no sé si existe. Y más frases sobre las que creer en el mañana, aunque solo tengamos viento y arena en los ojos: “Montalbano, yo soy rojo por dentro y por fuera. Pertenezco al grupo de los comunistas malos y rencorosos, una especie de vías de extinción”. Y en esa fauna de gentes de isla y supervivencia, algunos destacan y no solo por su inteligencia: “Se trata de un espléndido ejemplar de gilipollas, de esos que se dan donde haya un padre rico y poderoso”. La forma del agua, sin ser nada para tirar pirotecnia valenciana, ayuda a pensar en las apariencias, en la poca duración de los himnos que parecían universales, en la confusión entre machos, hembras y hermafroditas en la oscuridad, en las costumbres antimonacales, en las pompas de jabón convertidas en detergente, en el dolor ajeno y en el de todos los días que nos lleva a lo elegir lo incorrecto, en las frutas prohibidas que desechamos pensando que la original, la del pecado, es la buena. Todo, en este cuadro, resalta porque es cotidiano, porque nos entra fácilmente por los ojos y porque lo necesitamos: “Y esta vez fueron no sólo el olor y el habla de su tierra los que lo atrajeron como un imán; también la estupidez, la crueldad y el horror”. Y puestos a creer, nos montamos nuestra propia religión, con dioses como Montalbano, aunque sean de tercera división. Pero somos mucho de panteones. Y lo seguiremos siendo, antes y después de Montalbano.
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