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martes, 1 de noviembre de 2022
Un tal González
Una de las últimas frases que leemos en Un tal Gonzalez de Sergio del Molino es la siguiente: “Para que nosotros seamos niños grandes a los cuarenta, los tales González tuvieron que ponerse corbata y fingirse más adultos y experimentados de lo que eran”. Cuando me preguntan los alumnos, a la hora de elecciones, sobre mis preferencias electorales, les comento que llevo mucho tiempo sin votar. Demasiado tiempo desencantando. Y por gente como González y Aznar, por personajes como Rajoy y Zapatero. De Sánchez no hablo, porque es un tipo a estudiar, y todavía quedan muchos asuntos en su agenda y no solo del 2030. También escribe SDM: “Se trataba de logros colectivos y desiguales, unos más acabados que otros, pero todos bien madurados”. Me da la impresión (y mis impresiones son siempre, o casi siempre, equivocadas a posteriori) que SDM pone a González como el mejor presidente posible en esos años de aceleración y caos, de atentados de distinta índole, de crisis y apogeo, de olimpiadas y exposiciones, de guerras intestinas y críticas periodísticas, de alianzas nacionales y vuelos por una Europa que crecía a la vez que nosotros. Pero he empezado por el final, que me ha dejado un resquemor. Tengo demasiadas dudas sobre si fue el mejor posible en esos años, y con Suárez me pasa lo mismo. No sé si yo hubiera escrito lo que escribió sobre FG el autor: “El país que hizo Felipe es mi país, el que me ha hecho a mí contando esta historia, me estoy contando a mi y charlando con Felipe, me siento, de algún modo pueril, rumbo a Ítaca”. Se pregunta al principio del libro sobre la definición de Un tal González el autor. Va tachando géneros y escribe que “la memoria es frágil y está hecha de ficciones tanto o más que la literatura”. Pero entonces sale a relucir El hormiguero (reconozco que no lo he visto nunca, me pasa como con las secuelas del Padrino) y dejé el libro por unos días. A veces se habla tanto de la transición, de la concordia perdida, de pactos que ya no se firman que cansa la política a algunos que nos encantaba. En este respecto, SDM también da su opinión: “Ya tenemos pasado, culpa y remordimientos propios, pero seguimos obsesionados con el pasado, la culpa y el remordimiento de los que hicieron la transición”. También es un reflejo UTG de los cambios conforme pasan los años, de los periodistas muertos y de las amistades que quedaron en ese inestable camino que es la política. Desde la clandestinidad al yate, aunque no recuerdo leer la palabra yate mucho por UTG. Las puertas giratorias tampoco aparecen mucho. O hubiera puesto en el espejo el coche de Anguita, la casa de Anguita, el instituto de Anguita antes y después de la política. No lo sé, me equivoco demasiado con todo esto. En ese recuerdo aparecen los nuevos aires que llegaron en los 70’s al PSOE todavía clandestino, con esos vascos curtidos en batallas como Redondo, Rubial o Enrique Múgica, junto a Guerra y González frente al viejo Llopis. Escribe SDM: “La mejor forma de conllevar la militancia y la vida es confundirlas con una sola cosa”. A veces lo confundimos todo. O casi todo. Y no solo la militancia. Y en ese tránsito desde la clandestinidad al triunfo electoral, nos muestra SDM una radiografía del cambio de seres y Estado, de personajes y conciencias, de ideas y extrañezas. Y ese cambio empezó por el PSOE, que como indica el autor “no podía seguir sometido a la voluntad de quienes llevaban treinta años sin cruzar Los Pirineos”. Se nos olvida enseguida el nombre, incluso el alias, o los apellidos, o el cariño de los que nos ayudaron o dieron sus sueños por los de otro. Algo así retrata SDM con Nicolás Redondo y su relación con Felipe González, antes y después de Suresnes, antes y después de la huelga general, antes y después de desencuentros y traumas. UTG también es una correlación de idas y venidas, de falsas retiradas y farsas que se alargan en el tiempo, incluso antes de llegar a ser nada y con Franco todavía respirando: “Había que tener mucho temple torero para hacer planes democráticos en aquellos días de final de verano. La dictadura hacía tanto ruido en sus estertores que parecía infinita e invencible”. Ahora que enseguida intentaré que mis alumnos definan falansterio, aparece aquí con un símil que no todos entienden, o quieren entender: “Si hay algo en Francia parecido a un falansterio es Suresnes”. Y de ahí, al cielo, aunque como escribe SDM, “las vidas solo tienen sentido cuando se han vivido, no mientras se viven”. Añade sobre ese falansterio particular: “Hoy es un lugar común decir que en Suresnes el PSOE dejó de ser un club de debate masónico de exiliados para convertirse en un aparato de poder”. Me gusta del libro como narra el acercamiento entre Boyer y González, y no veo tan lubricante esa cena con Fraga. Quizás ya sea hasta exigente con ese personaje al que un día le pregunté (a Fraga) y me dio una respuesta de 5 minutos sin responderme y con su asistenta mirándome ejerciendo de Torquemada [y solo le pregunté por la sucesión a la Corona]. Y los militares, y las elecciones del 77 (la mejor cosecha) y aquellos 118 diputados y la amistad con Omar Torrijos y las del 79 con 3 más. Todo eso está en los libros y suena como mucho más lejano en el tiempo. Y los recuerdos en casa de Pedro Altares (tengo todavía por ahí, o debo tener en la antigua residencia catastral, los artículos que salían en La Verdad de PA), y la etiqueta de comanches y la amistad con Javier Pradera (y si no era amistad, era algo así). Sobre lo que escribe SDM sobre el primer presidente de la democracia, me quedo con frases tópicas pero que siempre se utilizaban y que retratan muy bien la mentalidad española: “Tal vez tenían razón los del búnker, y el hijo de un rojo acaba siendo rojo, como una fatalidad genética”. Y habla de los quinquis, y de la droga, y de la delincuencia de los 80’s, y aquella dimisión de Suárez de enero del 81, y el 23F, y la victoria de Felipe del 28 de octubre de 1982 y aquella Moncloa que ilustra con palabras SDM: “Como en un guion de Rafael Azcona, abundaban los personajes recién salidos del imperio austrohúngaro, pero faltaban oficinas, mobiliario, líneas de teléfono, telecomunicaciones e incluso seguridad”. Y ese binomio convertido en personajes de Ibáñez de una política que para algunos fue superlativa y para otros tomadura de pelo, pero que para el autor de libro era una amistad hecha sobre entendimiento. Y Solchaga, y más Boyer (mi padre sigue diciendo que fue el mejor presidente que tuvo en el Banco Exterior), y la devaluación de la peseta y la subida de un quinto del precio de la gasolina. Nos suena a anteayer pero hace tiempo, pero es que veíamos muchos telediarios a la hora de comer y, aunque no quisieras, te enterabas. Y, que no falte con SDM, un poquito de historiografía, o de clase de historiografía, que no se enfade el profesor Ruiz Ibáñez: “Hay muchas escuelas de historiadores. En 1982 dominaban los marxistas y sus primos hermanos esotéricos, los estructuralistas, que no creían en el individuo, sino en las corrientes de la historia”. Hay que leer UTG para recordar aquellas historias sobre Balbín y Calviño en RTVE, sobre Sotillos y Cebrián y Pedro Jota, y El País, y Diario 16 y esas palabras que hacen pensar: “Las quejas decepcionadas de los periódicos amigos transmitían una desilusión tan sincera como incrédula”. Y los asesinatos de ETA, y las historias de alcaldes y sindicalistas perseguidos, y los GAL y el acero de Sagunto y la falta de competitividad de la vieja industria y las reconversiones vendidas como otra cosa y comparadas por SDM con lo ocurrido en Gales o el norte de Francia. Y Helmut Kohl, y la historia del OTAN SÍ, OTAN NO y los entresijos en premios literarios y la llegada de E.P.Thompson a Madrid y Krahe y el Cuervo Ingenuo y todo lo demás (una de las partes del libro que más me gusta). A veces nos quedamos con las etiquetas o las anécdotas, como con los bonsáis de González. Quizás fueran un síntoma, o quizás algo más: una alarma, un quiste sin sacar, o una rémora de un futuro incierto. Vaya usted a saber. Escribe al respecto SDM: “A veces, un presidente se aficiona por los bonsáis para escapar unas horas de toda la gente que quiere saber qué diablos significa que un presidente se aficione a los bonsáis”. Y después trata SDM el asunto Hipercor. Yo no sé el modo de redactar algo como de Hipercor en algo tan indeterminado como UTG. Quizás, a pesar de ser un libro (o quizás por eso) hubiese utilizado tacos. Muchos tacos. Todavía recuerdo en Murcia lo que ocurrió con Ángel García Rabadán en febrero del 92. Fue un asesinato de alguien de Murcia, y en Murcia todo el mundo conoce a todo el mundo, o por lo menos todo el mundo conocía un poco a todo el mundo en el 92. No fue ayer, pero también nos acordamos de aquel coche bomba, y de La Tigresa, y de Urrusolo Sistiaga, y el estruendo de aquella noche se escuchó en kilómetros a la redonda. No sé muy bien el tratamiento de estos asuntos. Y con el GAL tampoco sé las palabras que tengo que utilizar. Ni los tacos y Jorge Semprún y vuelta en el 88, y la boda de Boyer con la Preysler y Leguina y el Plan de Empleo Juvenil, y el asunto con Pilar Miró, y el poder de la tele. Escribe SDM: “El despacho de Miró se cubrió del polvo de una batalla entre socialistas y no había sala ni corredor en todo Prado del Rey donde no le pusieran zancadillas”. Y el éxito no se vendió bien, o el falso bienestar del que habla SDM: “Había una clase media expansiva con dinero para pequeños lujos burgueses”. Y el sindicato del crimen, y FILESA, y los debates electorales en Antena 3 y esos 90’s de éxito hasta el crack, hasta IBERCORP, hasta Mariano Rubio, y la fuga de Roldán, y la intervención de Banesto y la España del pelotazo y la figura de Garzón y Belloch al que llamábamos el chófer de Drácula porque se parecía mucho al chófer de Drácula. Y las entrevistas de Gabilondo, y el recuerdo del señor X y Gregorio Ordóñez y Puente de Vallecas, y hasta el Cojo Manteca y la Cartagena en llamas del 92 que ahora muchos recuerdan por El año del descubrimiento. Escribe SDM: “La España de 1995 era un país aburrido y soleado que no estaba mal, y buena parte del mérito correspondía a ese presidente agotado, que se defendía con obstinación y no se atrevía a irse porque había empeñado su palabra”. Un buen libro, con un estilo sencillo y directo, entendible para todos. Pero yo sigo pensando que la España que nos hubiera dejado Anguita hubiera sido mucho mejor que la que nos dejó González. Muchísimo mejor.
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