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viernes, 13 de enero de 2023
El encargado. Primera temporada.
Empieza El encargado y no sabes si el portero es personaje kubrickiano o, directamente, de Alguien voló sobre el nido del cuco. Un colgado. Un paranoico. Un controlador de los cojones. Un sabelotodo sobre todo Cristo, incluso el que no aparece en el Antiguo Testamento. Y entonces, con esa presentación, se cree perseguido en una conspiración que ni las de Mel Gibson haciendo de taxista. Y se cuela en pisos ajenos, en coches ajenos, y pega gritos a transeúntes, y hace el mamarracho. Pero lo hace bien. Y la reunión de la comunidad de vecinos, y una piscinita y una jodienda que llevaría consigo la eliminación de la casa del portero. Cambio de cromos, pero el loco no quiere ni el cromo ni los cambios. Y los plazos, los sesenta días de una parábola sin desierto, de una tentación que no lleva penitencia sino locura sobre locura. Hágase querer por un colgado muy colgado. Por un paranoico que podría ser el peor veneno sobre una herida reciente. Ningún loco se da con dos piedras en los testículos, ya lo decía Manuel Alcántara. Ninguno. Tampoco cortan billetes de 50. Tampoco. Pero están por todas partes: en una clase de cualquier colegio, en distintas oficinas, en las calles dirigiendo el tráfico pero no lo dirigen y lo joden todo. Elíseo va más allá. Roza una palabra que no siempre se puede decir en voz alta, pero que, si se cuantifica en años y días, casi 30. Abuso de la estadística, aritmética, encaje de bolillos. Y sucesión de asuntos raros, y más gritos, y más conspiración. Vivan los impostores, vivan los que cuentan los mejores embustes, los que dan pena, pero con aires de grandeza. Siempre todo mentira. “Todo tiene que ver con todo”. Moscas para todos. Viva Pakistán y vivan los vínculos. Y chimichurri para todos.
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