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martes, 17 de enero de 2023
La ruta. Primera temporada.
El siglo XIII. Nada como empezar una serie haciendo una referencia al siglo XIII sin que nada tenga que ver con el siglo XIII. Ni Bouvines, ni Carta Magna, ni cruzadas, ni reyes franceses de nombre repetido que murieron apestados. Pero en La ruta hay otro tipo de peste: la del bakalao. Y burros con chiste o chistes de burros. Y gente sin alma haciendo dinero y los DNI haciendo la segunda misión que tienen en España y los Golf GTI sirviendo para lo que servían en los noventa, y a finales de los ochenta, y el valenciano ejerciendo, otra vez más, de catalán mal hablado. Y New Order en el corazón y en las paredes, y un seis de copas en la puerta. Y haciendo una personal adaptación de remotas ideas jardielponcelistas, freno y marcha atrás en la historia. Pero vaya historia. “¿Qué prefieres llevarnos tú o que nos coja Anglés?”. Frases que se entienden en el contexto de 1993, cuando todo acaba en esta historia, pero que es el inicio. Dices Alcácer y la gente no se acuerda. Ruido y silencio alternándose sin parar, entre cebras y peatones que no paran de salir y girar entre vinilos chimobayísticos. Ojeras y gafas ovaladas, y cascos con espumilla naranja y pinturas de guerra con dedicatoria. Y una ruta sin cambio político no es una ruta, y aquellas elecciones del 91, y Joan Lerma en el poder y todo lo demás. ¿34 minutos duraba el Máquina Total? Elefantes y gente haciendo de gente incompleta, bailando a plena luz del día o de la noche, levitando entre lanzadores de disco y camisetas de Cobi tirándose el triple. Vivan los Stone Roses. Y ya no hay curas como los de antes, si es que antes no es solo una preposición. Y esa cultura del aparcamiento que no tenía comparación. Y un partido de fútbol contra Ian Curtis y sus secuaces, y los barraqueros siempre ganaban. “La primera vez que te mienten la culpa es del mentiroso, pero la segunda ya…”. Hágase querer por terceras partes que nunca acaban, por viajes en un Renault 11 blanco, por los días que se alargan, por los botijos rojiblancos, por las tardes que no pudieron ser porque acabaron en noches eternas. Y frases de profesores que se recuerdan: “Al tercer Jb el cuerpo necesita un poco de magia”. Siempre al tercero. Nunca sabe. Accidentes que lo cambian todo, y no solo en la IBM. Y Sénder y Mayra y el concurso de Chico, y horchatas maternas, y fogonazos de huida interrumpida, y las llamadas de hospital, y el juicio de la Colza y preguntarte una y otra vez por si es verdad. El tiempo es oro, y Constantino Romero y un helecho o lo que sea que nos inventamos para las situaciones forzadas. Y dinero llama dinero. Y todos contentos y todo es mentira. Y Martes y 13, haciendo aquello de Encarna que hacía que nos descoyuntáramos con Móstoles y las empanadillas y toda aquella diatriba que nos llevó a esperar las uvas sin querer uvas, queríamos hablar de ese programa con los amigos en el instituto a la vuelta de las vacaciones. Y erizos y cangrejos y demás insectos que te llevan al sacerdocio. Y la mili, y el intento de escapada, y recaer en Sueca como el que, convertido en balón de baloncesto, acaba en una trifulca entre los Pacers y los Pistons. O no. Recuerdo que en 1992, a final de año, un domingo con un frío del copón, llegamos en un autobús a Sueca por el tema de unas beatificaciones (el de mi pueblo, ahora que estamos con el tema de La ruta, adoptó el nombre de Canuto Franco Gómez) y a la hora de comida me sentaron en una mesa de “jóvenes”. Allí todo Cristo hablaba valenciano y aquel domingo iban todos medio puestos y con una resaca del 15. La serie gana con esa marcha temporal restando años pero ganando en el interés de la historia, del drama, del peligro en el que vivimos y del que no nos recuperaremos nunca. Una serie bien hecha y que utiliza la escusa de la ruta valenciana para llegar a sentimientos que van mucho más allá, y que nos hacen recordar historias escuchadas a Jorge Albi en La conjura de las danzas.
Coda: Y si suenan The Stone Roses, que no pare la música.
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