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jueves, 23 de marzo de 2023
Lobo feroz
Con Lobo feroz me ha pasado con lo de muchas películas: las mismas caras de siempre, parecidos dejes, semejantes tomaduras de pelo con bromas innecesarias, un tal Gutiérrez que está en todas, chicas guapas y chicos malos. Y lo mejor de Lobo feroz, está al final, está en un cuarto con paredes de madera. Pero hay que esperar mucho. Una espera larga. Un chicle demasiado estirado que se queda sin sabor, y sin sabor, no mola tanto. O sí. Quizás es lo que quiere la peña: una historia que se alarga para atajarte al final entre uñas sacadas y huesos rotos, entre amenazas de sodomización de una culebra muy negra y muy larga, buscando en bolsas de basura ajenas, con partidas de golpes entre vodkas y otras bebidas blancas. No es que la historia sea vargasllosesca (vivan las primas y las tías), pero se le podía sacar más uña, más hueso roto, más niña después de ballet, más jugo de higadillos. O no. Quizás nos hemos acostumbrado a eso: a esperar. Y las esperas nunca salen bien. El infierno sigue lleno de buenas intenciones, y, Lobo feroz, también.
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