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miércoles, 15 de noviembre de 2023
Bosch: Legacy. Segunda temporada.
En el primer capítulo de la segunda temporada de este Bosch: Legacy se ve a Bosch más gordo, más torpe, más nervioso y más tatuado. Pero es que han secuestrado a su hija, y quizás, por eso, lo veamos más gordo, más torpe, más nervioso e igualmente más tatuado. O no. Pero quizás únicamente sea una impresión. El listón de Bosch es tan alto que comparamos cualquier momento con etapas anteriores. Este cuento (porque Bosch es otro cuento contemporáneo), siempre va con moraleja, desde el encierro personal, a la música, a las llamadas de teléfono, pasando por terraplenes, llegando a conclusiones inequívocas en lugares demasiado equívocos. Y llegamos a la conclusión de que queremos a los que en principio teníamos en el centro de la diana. Reflexiona también sobre las mentiras cotidianas, sobre el doble filo de la confianza, sobre la confusión entre el cariño y la soledad y ese momento en el que rezamos en busca de un apocalipsis, pero el cielo no quiere caernos encima. O debajo. A veces parece que va con parches (los primeros capítulos), pero luego Bosch vuelve a ser un centro de peregrinación obligada, un Benidorm sin enfermos pero al que volvemos porque es milagroso que sigan existiendo estos altares sin fuegos artificiales, sin dragones ni chernóbyles. Somos de Bosch más que Bosch, por mucho que nos vendan la ficción como algo pasajero, por mucho que reneguemos de nuestro pasado, por mucho que enfrentarnos al espejo de la duda nos lleve a desconfiar de nuestras más firmes convicciones. Nunca sabemos, (o si lo sabemos no queremos reconocerlo) lo que seríamos capaces de hacer por defender nuestra sangre, por evitar una pesadilla dentro de otra pesadilla mayor, por hacer de nuestros genes el único objeto de nuestra existencia. La paternidad y esas cosas que se ven desde fuera hasta que, con la óptica adecuada, haces tuya hasta el límite de lo criminal. Otra vez, imprescindible.
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