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domingo, 26 de abril de 2020
El hombre en el castillo. Primera temporada.
Tenía el libro, en edición de bolsillo, y no lo terminé de leer. Luego se fue el libro a Algezares, luego a un primero efe y ahora, en pleno confinamiento, y tras ver La conjura contra América, empecé a ver, el día del libro, la primera temporada de El hombre en el castillo. Ahora que están de moda las distopías, que nos recreamos con películas y libros y series sobre bichos y epidemias, sobre pandemias y virus, toca El hombre en el castillo. Norteamérica dividida en tres zonas: una atlántica alemana, una central indie y otra pacífica japonesas. Mierda sobre mierda. Dick ideó esta locura y la estamos viviendo. Cayó una bomba, pero no en Japón. Y entonces los alemanes se hicieron con el poder, y los japoneses les siguieron la corriente. Y siempre una vieja frase: "Como en los viejos tiempos". Le decía a mis alumnos, antes de la etapa del Google Clashroom, del Zoom, de las videollamadas, de las videoconferencias, de las videogilipolleces, que "no hay escuela como la vieja escuela". No sé si fue viendo Ray Donovan (se te añora, Ray Ray...), pero nos hemos convertido en gilipollas. Profundos. Lo cantan los Manic Street Preachers: "Si tu toleras esto, tus hijos serán los siguientes...". Me estoy perdiendo, con y sin brújula, con y sin Illa de ministro de Sanidad, con y sin Garzón preguntando sobre películas semanasanteras. Nos hemos perdido haciendo del Principio de Peter un gobierno de España. Pero no nos desviemos. Es un gobierno legal. Siempre lo ha sido. HCC también llegó al poder legalmente. Y AH, también. Todo es legal hasta que deja de serlo. O hasta que nos pongamos serios y hagamos algo. Y El hombre en el castillo habla de eso: Resistencia. No todo el mundo puede estar de acuerdo con Hitler, y menos en el momento en el que se enmarca la serie, con un tito Adolfo con más movimiento que el protagonista de Regreso al futuro y con una enfermedad que lo debilita, y con unos secuaces goebbelianos, himmlerianos y muchas cosas terminadas en "anos" (curioso, que no casual, que las casualidades no existen), a los que se les hace el chicle agua por suceder al del bigote venido a menos. Resistencia. Gran palabra, incluso de las que hacen pensar cuando llevas más de cuarenta días encerrado. No todos los encierros son iguales. Lo macabro se copia y no tiene fronteras. Nunca. Aparece desde el principio un personaje siniestro con una baraja siniestra en la que van los caretos de fugados de campos de concentración nazis. Casi nada. El hombre en el castillo es alguien que da esperanza a lo que quieren resistir a través de unas películas que muestran como podría ser el mundo en comparación a como lo es. Pues a ser distópicos, pensemos en un gobierno técnico en España que hubiera tomado las medidas necesarias como lo han hecho otros de nuestro entorno que no están paralizados con tonterías absurdas ochomarcianas y similiares. El lema que quedará para nuestros mayores y no tan mayores: solo y abandonado serás enterrado. Por eso hay que resistir a la incompetencia y a la maldad. A la puta maldad. Por eso, en mitad de la nada, hay que buscar. Las películas, los libros, las series. Debemos buscar a ese político, a esos políticos (independientemente de sus colores y siglas) que sean buenos y no sean tercos cosiéndose a un sillón... antes de acabar en un banquillo. No. Igual que los nazis quieren los estados pacíficos japoneses, hay mucho individuo, individua e individue que no quiere saltar de su despacho. Demasiados. "El problema es que somos débiles". Muy débiles. Y no se puede vivir con miedo ni "linchar a los judíos porque éramos humanos". Hay que sobrevivir. Agarrar(se) en la fe, en el arte, en la vida interior, en la filosofía. En lo que sea. Y si hay que citar a West, se cita. Hasta se habla del asesinato de F.D. Roosevelt el día de su asesinato. Y fosas comunes, y lo que haga falta. Películas, hongos, ajusticiamientos. ¿Te imaginas verte asesinado? ¿Es todo un sueño? ¿Cómo era aquello de que el diablo es un agente doble al servicio de la Providencia? Año 1962, recordando otro hongo, el de 1947. Los japos buscando un plan B con el artefacto Heisenberg. Y reunión de pastores, ovejita muerta. Y si suena Para Elisa, que suene. ¿Hubo otra salida? ¿Por qué se permitió tanto a Hitler? Y la celebración del día del veterano, aunque en ese día, solo fiesta en una parte, no se recuerdan los campos de exterminio, los campos de concentración. Los campos. Como si no hubieran ocurrido. El fin justifica los medios y todas esas maquiavélicas historias. Putas historias. Por cierto, que los que no lo celebran son los estados pacíficos. O del Pacífico, que no son lo mismo los iberos que los ibéricos, no son lo mismo los celtas que los ducados. No. Nunca. Por tener, El hombre en el castillo tiene hasta un intento de atentado, con balas de por medio, contra los herederos de Japón, sus altezas reales, en plena embajada alemana en los estados pacíficos. O del Pacífico. No es lo mismo... Perdón, perdón, que entre tanta distopía repito lo mismo siempre. Muchas cosas. Me repito. Digo nada, como Pedro Sánchez en su Aló presidencial chavista de ayer 25 de abril de 2020. Veinte veinte. Japófilos, germanófilos. Todos tenemos filiaciones. Y nos emocionamos. Me gustaron las palabras emocionadas de Margarita Robles en la morgue, me gustaron las lágrimas de Díaz Ayuso en La Almudena hoy. En El hombre en el castillo se escuche: "Perder a alguien es una cosa; que no se nos permita llorarlos es otra". Esto nos vale para la IGM, para la IIGM. Y para los muertos enterrados en soledad por el puto coronavirus. En EHENC se ve a los judíos rezar a escondidas, porque, como las películas, "muestra el mundo como podía ser, no cómo es". Como es. La Biblia, el Eclesiastés. El bien mayor, bien menor y luego, el mal.
Coda: E investigar sobre las SD, sobre los Kenpeitai... Creemos que sabemos mucho, pero no sabemos nada. Nada de nada. Y, encima, lo poco que sabemos, es mentira. Todo es mentira.
Coda 2: "No hay esperanza ni futuro, pero tenemos que seguir. ¿Qué más nos queda?".
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