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sábado, 6 de noviembre de 2021
The Americans. Tercera temporada.
En mitad de infiernos reaganianos y propios, en mitad de muertes dictatoriales y neuronales, la tercera temporada de The Americans es una gran reflexión sobre la familia (y sus mentiras). Una gran interrogación que nos pesa y desde que tenemos uso de razón (o falta de ella), nos martiriza. ¿Qué nos atemoriza más que una mentira en una familia? ¿Hay algo peor que una familia de mentira? ¿Cuáles son las bases de una familia de mierda? ¿Y dónde tienen guardado el arsenal de pelucas y gafas que usan los protagonistas? Ni el baúl de la Piquer… Infiltraciones, agentes dobles, hijas que desconfían, iglesias y pastores en los que desconfiar, vecinos que buscan sustitutos de sus hijas, vecinas que buscan sustitutos de su marido, charlas afectivo-sexuales, cárceles rusas, esposa b con problemas, espionaje y contraespionaje. De todo hay en la Gringolandia de los espías rusos en la época de tito Ronald y tía Nancy. El valor de la mentira está infravalorado: mentiras piadosas, ojos que no ven corazón que no siente, parábolas bíblicas para entender lo que le pasa a Judas o creer en la conversión de Pablo camino de Damasco. Aquí también tenemos abasíes contemporáneos, los afganos, con ese problema que se mantiene en el tiempo y que no supieron arreglar primero los rusos ni, ahora pasados cuarenta años, los gringos y sus adláteres occidentales. Lo dicho: todo es mentira, hasta los videojuegos de rayitas que simulan el fútbol.
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