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viernes, 12 de enero de 2024
MANIAC
MANIAC te lleva a la locura (vulgo, Matemáticas), con la historia de matemáticos y jugadores de Go que, a su vez, vuelven una y otra vez al redil de las maquinitas y las locuras: “La matemática era -al igual que casi todos los avances modernos- hostil a la vida”. La historia de John von Neumann es atrayente y, a la vez, repulsiva, porque, como pasa con todos, “en este mundo solo hay dos tipos de personas: Jancsi von Neumann y el resto de nosotros”. He de reconocer que me ha gustado menos que Un verdor terrible (eso ya son palabras mayores), pero es que el listón estaba muy alto (y no me refiero al de la “cítrica limonera”) de la que hablaba el hombre de la camisa verde. Pero desde el principio, Labaut se empeña en meternos en un mundo cerrado, el de unos geniecillos locos que vivían para el avance y el ombliguismo, sin pensar en las consecuencias. Y no tiene problemas BL en repetir la palabra luciferino de vez en cuando: “Ese chico luciferino nos cayó encima al igual que un meteorito, como si fuese el heraldo grandioso y terrible, uno de esos mensajeros celestiales que merodean por la oscuridad de nuestro Sistema Solar, y que la gente supersticiosa siempre ha asociado con grandes calamidades, desastres y plagas”. Todo es matemática en la Historia porque “los resultados de los conflictos dependen de cálculos matemáticos”. ¿Alguien puede poner en duda estos postulados? Labaut nos mete en la postguerra del segundo gran conflicto, en la que la búsqueda de la destrucción total no era sino una obligación aún mayor. Y puesto a jugar, tocaba mirar para otro lado: “Así que nos comportamos como niños e hicimos lo que ellos hacen mejor que nadie. Pretender que nada estaba sucediendo para seguir jugando. El mundo tendría que salvarse a sí mismo”. Labaut habla de las matemáticas como sentimiento y sensación, pero también como fanatismo, aunque “descubrir cimientos es peligroso”. Pero MANIAC no va solo de descubrir cimientos, sino de volarlos, de destrozarlos, de empezar de cero una reconstrucción después del holocausto total. Y en esa ecuación, von Neumann estaba “tan acostumbrado al privilegio que nada salvo lo mejor era suficiente”. Y puestos a imaginar lo que no concebimos (por falta de talento), BL nos muestra a ese ser que no paraba, mente inquieta, cerebro privilegiado: “Su productividad en Alemania resultaba aterradora. Más que un ser humano, parecía una máquina que fabricaba artículos”. Pero Alemania cambió con los nazis, o los nazis cambiaron a Alemania, o los que votaron a los nazis hicieron que nada fuera igual (no se podía esperar, ¿no?), y, por ello, “teníamos que disfrutar de Alemania, hasta el último segundo posible, ya que tenía serias dudas de que quedase algo que disfrutar una vez que los nazis acabaran con ella”. ¿Cómo saberlo? No se podía saber, se podía intuir: “Una verdad indemostrable es la pesadilla de un matemático”. Y puestos a llegar al límite infinito, “la paranoia es una lógica salida de control”. Sobre el nazismo, escribe BL: “La confirmación más cruda de su desencanto total con el ser humano, la prueba definitiva del poder incontestable que la irracionalidad ejerce sobre nuestra especie”. Y no todo el mundo sabe respirar después de que muchos, de golpe, dejen de hacerlo: “Sobrevivir cuando otros han muerto le parecía una desgracia, una vergüenza inconfesable, y esa culpa por el pecado de vivir se sumó al recuerdo del sinnúmero de de pequeñas humillaciones que había tenido que soportar. Porque antes de la muerte siempre hay humillación”. Y en la construcción del nuevo horror (siempre hay uno nuevo), “es imposible predecir las consecuencias y las aplicaciones prácticas de las ideas y los descubrimientos”. El posicionamiento, que decía el hombre de la camisa verde. La perspectiva. Ese momento: “Al mirar atrás, al pensar en lo que hicimos, la gente asume que todos éramos monstruos o locos. ¿Cómo pudimos traer esos demonios al mundo?”. Pero en ese desarrollo, tenemos que saber buscar el equilibrio (y no solo en baloncesto, Monsalve): “Y muchas veces las cosas más letales, aquellas que poseen el poder suficiente para destruirnos, pueden ser, con el paso del tiempo, los instrumentos de nuestra salvación”. Nos hace pensar MANIAC sobre lo que podría ser inevitable, sobre los recursos que utilizamos equivocadamente en errores manifiestos, en rémoras para un futuro imposible: “Si los físicos ya habíamos conocido el pecado, con la bomba de hidrógeno supimos lo que era la perdición”. Solo intentar pensar en multiplicar por 500 lo sucedido el 6 y 9 de agosto de 1945 da miedo. Y pocos años después. E inventar lo que no existía. De eso va MANIAC. De creer en lo imposible: “Los hombres de las cavernas inventaron a los dioses –me dijo–. No veo nada que nos impida hacer lo mismo”. Y apostilla BL: “Una máquina sin conciencia solo puede aumentar el ritmo de nuestro progreso (o acelerar nuestra caída) pero nunca guiarlo”. Y en esa pregunta de inacabable final sobre la IA, Labaut nos da su punto de vista: “Es un porvenir que inspira terror y esperanza. Algunos creen que hay que recibirlo con los brazos abiertos, mientras que otros piensan que debemos resistir a ese sueño alocado y a asegurarnos de que la Caja de Pandora se mantenga cerrada”. Un magnífico libro pero del que esperaba muchísimo más.
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