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viernes, 18 de octubre de 2024
Como se hizo la guerra de los zombis
“¿Qué hace uno si debe tomar decisiones, aceptar una penitencia y reconstruirse como persona después de que la vida lo haya sometido a un bombardeo de saturación?”. Después de la lectura de Cómo se hizo la guerra de los zombis, de Aleksandar Hemon, uno no sabe si todo era una broma, o la broma era el todo. O quizás esté equivocado en sacar conclusiones, sobre este libro o sobre cualquier otro libro, porque todo es mentira. Escribe AH que “la guerra destruye todos los antes”. CSHLGDLZ es la historia de un terremoto en una vida que, en apariencia estaba bien (o superficialmente bien, que diría el hombre de la camisa verde) y que, de pronto, como suele pasar en los conflictos, degenera y se va al traste. La historia de un tipo y una familia que escribe como evasión o como escape, pero que se pregunta que “escribir no vale nada si no acarrea la agotadora e irresoluble carga de las decisiones sin consecuencia alguna”. Cuando juntas en una frase “acarrea” y “consecuencia”, cualquier asunto es posible. CSHLGDLZ deja una serie de descripciones y oraciones que nos llevan a creer que en la escritura está la salvación (¿acaso no lo está?). En este “proceso de cafeinización”, AH habla de internet como “la red mundial de las tentaciones” o de un porro como de un “inhibidor casero del atrás”. En la retahíla de pensamientos, no solo del gran Baruch, con el que va sazonando la ensalada de papeles de la portada, nos lleva a preguntarnos sobre la inspiración y su ausencia mientras recuerda a la ancianidad (“La señora Alzheimer, de soltera cogorza”) es lo que sobrevivimos, nos encontraremos. Pero va más allá porque “cualquier cosa puede ser causa accidental o del miedo”. Nos hace pensar AH sobre la posibilidad de errar continuamente (“en estos tiempos no se puede hacer nada sin efectos especiales”), de mirar por encima del hombro (“exhalaba un difuso aroma de desprecio hacia todos los débiles”) o sobre no llegar a cuartos de final en la Champions de nuestra vida (“grandes capitanes de empresa de la industria del fracaso”). Con la guerra de fondo (o G.W. Bush, en la tele), se muestra esa realidad, queda claro que “los hombres piensan, también beben y así establecen sus vínculos”. Pero no sabemos aparentar, porque nos preocupamos “mucho de que no se note” esa preocupación. Y también nos equivocamos al pensar un poco más allá en el tiempo de reloj, porque “eso de estar siempre conjeturando cómo será el futuro es una deficiencia humana”. Y entre descripción (“profundamente posmenopaúsicas” y descripción (“El mundo es una pequeña Bosnia”), seguimos avanzando páginas y preguntas: “¿Qué les pasa a los niños? ¿Y cómo es posible que lleguen tan fácilmente y con tanta naturalidad al estadio de superjodidos?”. Y apostilla AH: “Puede que se haya quedado en coma para siempre. Dios tiene mucha paciencia”. También escribe, a su ritmo inconexo, sobre “la suspensión de la incredulidad”. Pero en la mentira pensamos en personas y cópulas, en el envejecimiento de las películas, en la forma en que aburren los profesores a sus alumnos, en el mapa de Israel, en las costumbres adolescentes, en las habitaciones estudiantiles copiadas de ejercicios anteriores, en el infelicidad del mundo, en la forma de chillar de los perros cuando son ahorcados. Todo eso tiene CSHLGDLZ. Eso y mucho más tiene CSHLGDLZ. Aunque, ahora que es época de pinchazos, la pregunta tras CSHLGDLZ, sobre todo, es encontrar la que “lucha contra el sufrimiento y la cordura”. Menuda vacuna sería esa. Pero, siguiendo en esa premisa de lucha contra la verdad, nos encontramos con frases ilustrativamente bien construidas, con o sin música de fondo: “La historia americana: nos reinventamos con el fin de castigar a otros por lo que creemos que hemos sufrido en nuestra versión anterior”. Y en esas, en CSHLGDLZ, vemos diferencias entre pesadillas, porque la vida es una pesadilla. O no.
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