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viernes, 25 de octubre de 2024
La isla de la mujer dormida
Ahora que apenas tengo tiempo para la lectura parece que disfruto más los libros que leo. La isla de la mujer dormida deja buenas frases, y, comparándolo con las últimas obras revertianas, lo pongo en un escalón superior. En esos años treinta, entre guerras y desplomes, tocaba supervivencia y en el caso de LIDLMD, “la misión de un marino de guerra es hundir barcos enemigos”. Pero a lo largo de la novela, parece que hay demasiados paralelismos con el presente, de lo local a lo internacional, desde el voluntarismo obligado de la España nacional a la huída del sombrero burgués en la republicana. Escribe AP-R “que la perspicacia también es una forma de cultura” y en LIDLMD vemos, con detalle, esas situaciones que llevaron al mundo a esa barbarie. La novela ahonda en las ausencias temporales (la familia que está lejos pero tampoco se añora, el matrimonio que convive pero busca un final más pronto que tarde) y en la evasión de las bibliotecas, en la locura de las ideas llevada al extremo y en el escapismo vital de esa lata de conservas que es la vida. Va dejando perlas sobre la normalidad de esa cooperación entre personas que se ven obligadas a la crianza: “A nosotros no nos dotó Dios con ese monstruo social creado por el cristianismo que es la familia convencional”. Y apostilla AP-R: “Se corre mal con un niño en brazos mientras arde Troya”. Sobre las ideas hay lugares comunes que podemos subrayar en un rojo más o menos intenso: “Soy anticomunista; por supuesto, sobre todo ahora, cuando al concepto más o menos sano del pueblo lo sustitueyen palabras como proletariado y populacho”. O un poco más intenso todavía: “La sospecha permanente es el estado natural del buen comunista”. Incluso el concepto de patria (“por confusa que sea la idea que tenemos de ella”) siempre es bueno recordarlo ahora que “hay virtudes que sólo existen en los libros”. Y, hablando de la patria, asegura el autor: “La única forma de amar a España es mantenerse lejos de ella”. Subraya AP-R el poder de los resentidos que acceden al poder y se vuelven más dogmáticos que el mismo dogma, aunque todo es mentira porque, “como cuentan los turcos, quien cuenta la verdad es expulsado de nueve pueblos”. Pero puestos a contar mentiras, “no era tan difícil mentir si utilizabas la verdad para envolver una mentira”. Pero igual que en LIDLMD, el viejo continente con pies de adobe sin pedefeizar, tiembla entonces como ahora: “No concibo que Europa renuncia a ser el faro de la civilización superior que iluminó el mundo”. Se habla en la novela de guerras accidentales, de mucha soledad, de rincones, de libros que salvar si hubiese incendio, de cumpleaños diablescos, de tumbas sobre las que dar vueltas y sobre todo, de esa Europa sin solución: “Hasta los bárbaros son ahora vulgares, reemplazados por anarquistas, comunistas, nazis o fascistas que pretenden sentarse a nuestra mesa”. Un buen recordatorio de lo que nos puede volver a suceder si no enderezamos el rumbo en ese mar endiablado en el que vivimos.
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