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martes, 10 de mayo de 2022
Tokyo Vice. Primera temporada.
Tiene muchos altibajos, pero en líneas generales Tokyo Vice cuenta una buena historia. Quizás tenemos idealizado el mundo de la mafia, sea en el lugar que sea. Con la Yakuza japonesa pasa un poco lo mismo. Pero en Tokyo Vice hay más aparte de mafia, hay prensa y policía, hay familia y desesperación, hay dinero y trenes que se escapan, hay compañerismo y usura, hay responsabilidad y venganza. En Tokyo Vice todo el mundo huye de algo, o de alguien, o de sí mismo. Policías taciturnos, ambientes oscuros, tabaco en interiores: algo que parece lo que debe ser. Y sobreentendidos. Pero no sentimos el dolor hasta que rabiamos, decía el hombre de la camisa verde. Ríase usted de los pueblos celtas, que ya están los japoneses para superarlos. Aquí institucionalizan todo el ritual mafioso. Todo, como con Franco, atado y bien atado. Y nada como reflexionar sobre el negocio de los suicidios en Japón. Seguros de vida con plan b: el suicidio triunfante, la máquina de hacer dinero. Todo mentira en esta vida, hasta el último aliento. Y los problemas de las hetairas contemporáneas, que siempre hay cortesanas en la corte del emperador. Y en ese negocio, tampoco es fácil la emancipación. El sueño americano convertido en pesadilla japonesa. No es fácil conciliar costumbres libres con rigidez oriental, pragmatismo empresarial con iniciativa zen. Y la libertad, como la democracia, es una utopía. Todo mentira. Y no es fácil coger la bolsa, o la maleta con ruedas (gran invento contemporáneo la maleta con ruedas, hasta que te mueves por España y las escaleras mecánicas no funcionan, o como en la estación de Murcia, directamente no hay escaleras mecánicas). Pero en la historia de Tokyo Vice también tiene importancia el valor de la investigación. Y la paciencia. A veces nos enfrascamos tanto en un particular que nos olvidamos del resto. No es fácil desconectar, no es fácil aislarse de un mundo que da mucho asco. Pero te reconcilias por momento, viendo a ese policía leyendo cuentos a sus niñas por las noches después de darle galletas a un detenido en el cuartelillo. Gomina, trajes anchos, huidas imposibles. Siempre cuesta arrodillarse, siempre hay que pensar en el futuro aunque no estemos. Vivan los testamentos y los maletines, la costura y las casas ajenas, el precio de la libertad y las derrotas infinitas. Y todo por escapar, o por ascender, o por meter miedo. No es redonda, pero la historia, con sus sombras y desvíos, merece la pena.
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