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martes, 31 de mayo de 2022
La ciudad es nuestra. Primera temporada.
“Si se utiliza la fuerza es para ganar”. Joder, yo quiero eso. En la vida, en el instituto, en el de la puerta de la iglesia. “Pegar porque quieres”. Derecho, placa, brutalidad por la placa. No es el sermón de la montaña el primero de La ciudad es nuestra. Añoramos sermones sin montaña, montañas sin sermones, juzgados sin cargos, alborotos y mierdas varias. Tomen apuntes, drugos. O mendrugos. No han llamado a Molina Foix para traducir esta naranja que no arranca y no es mecánica. Ni The Wire era tan buena ni La ciudad es nuestra tan mala. No hay término medio en mitad de la tormena: o tornado o arcoíris después de la granizada. Aplicar . “Comprender la propia autoridad”. Casos (y en lengua Montero), casas y cases. Caña, caña, caña. Todo mentira. Toda instrucción es necesaria, pero es demasiado tiempo el que se pierde al nacer. Y al respirar, también. Aquí es que somos de Treme, siempre de Treme, antes y después del Katrina, antes y después del pinchazo y del expediente, del reloj de hora y de la verja que escuchamos más allá de la verja. Todo mentira. Y limpias, muy limpias las zapatillas del personal. Demasiado barniz en el parqué , demasiado limpio el sofá del cuchitril. Si quiere mierda de verdad, decía el hombre de la camisa verde, vaya a la vereda de Aljucer. Y verá siempre una chimenea encendida, sea verano o cualquiera de las estaciones que parecen verano en Murcia. Todo mentira. Naloxona y opio de mierda para gente de mierda. Pastillitas para todos. Secar de neuronas para que nadie piense, para que en una esquina se monte el Belén, pero la mula y el buey siguen estériles, y además, han tomado un color muy oscuro, y todo es televisado y ahora un móvil te hace cómplice, o culpable, o cuñado, o ahumado imitando a los legionarios con un tipo sustituyendo a un Cristo. Todo mentira. “Una ciudad se conoce por su comida”. Hay cobardes y luego gentes uniformadas, y miedo al miedo. Caras reconocibles y jodiendas con plaza reservada. Cicatrices. Vacíar los bolsillos, pastillas, Excel como mentira. Papeleos y formación. Gran eufemismo eso de la formación. “El malo debe ser perfecto a todas horas”. Claro que sí. Los telefonitos, las escuchas, los números que coinciden y todas esas mierdas. El rap convertido en pesadilla. Hágase querer por unos mangantes con uniforme de policía. El agua sucia, el cubo, la fregona y todo lo demás. The Wire era una gran serie, pero ha sido idealizada en exceso. La ciudad es nuestra pretende mostrar otra imagen de esos barrios, pero como el listón ya no se mide desde el desconocimiento, las exigencias son máximas. Quizás el problema es que no disfrutamos de las series, les sacamos pegas continuas, buscamos errores, aunque no existan. O creamos que existan. O creamos que todo es mentira. Pero esa brutalidad, porque esta serie muestra brutalidad policial, no siempre es bien entendida. Aquí se mezcla politiqueo del peor, sindicato policial del peor, policía dentro de la policía en busca del tesoro de la corona. Pero ni hay tesoro ni corona ni premio de consolidación: en esto todos salimos perdiendo. Limpiar la calle no es agradable pero siempre han hecho falta barrenderos. Y quien dice barrenderos dice cirujanos de la calle. Detener después de escupir, después de beber en la calle, después de, simplemente, nacer, o existir. Vivan las estadísticas. Uno de cada seis negros, o mendigos, detenido. Una buena estadística. Hasta el factor Trump. El puto factor Trump. Y al final, todo se resume en una guerra continua a las drogas, como dice uno de los policías metido ahora a profesor: “Y en una guerra hacen falta guerreros. También hay un enemigo. En una guerra, hay civiles heridos y nadie hace nada, y en un guerra se cuentan los cadáveres y se les llama victorias”. Y esa, en Baltimore y en otros muchos sitios como La Vereda de Aljucer, es una guerra perdida. Y apostilla el personaje de La ciudad es nuestra: “¿Es que no hemos conseguido nada más que cárceles llenas, brutalidad en las calles y pérdida de confianza entre los cuerpos de policía y sus ciudades?”. Vivan las guerras perdidas. Estadísticas que mejorar, sueño imposible. Y LCEN pone énfasis en el hartazgo de la burocracia, del papeleo, del aburrimiento ante una administración carente de sentido (la novedad sería lo contrario). Y al final, la desgana, y la subida de los homicidios y reflexionar sobre la frase que tanto se repite: Siempre salimos perdiendo.
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