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lunes, 23 de mayo de 2022
¡La Bestia ha Muerto!
Un lobo, con la esvástica en la suela, y en el brazo, y una sombra que parece un águila. Jesús Egido lo prologa con un título que es significativo, Antes que Maus. No es una broma ¡La Bestia ha Muerto! La guerra mundial de los animales. Ninguna broma. Una chimenea mágica acompaña al índice, con velas y ardillas, con seres animados en objetos inanimados, con fuegos y migraciones, porque antes de la tempestad no siempre hay calma. ¿O era al revés? ¿Cómo era eso de etiquetar a los nazis? ¿Vale lobo? ¿Vale chucho (bulldog) para los de la pérfida Albión? ¿Y los franceses conejos? ¿Por qué conejos? ¿No funcionó aquello de bajarse los pantalones con los lobos nazis? ¿Seguro que no? ¿Y los rusos como osos? ¿Qué dibujo equivaldría hoy a los putinejos? ¿Lobos con piel de cordero? ¿Quién fue el primero que dijo lo de lobos con piel de cordero? Y hablando de animales y de Edmond-François Calvo, escribe Egido: “No hay que ser un lince para imaginar qué hubiera ocurrido si el tebeo llega a caer en manos del enemigo”. La primera parte, La bestia se desata, es de 1944. El segundo fascículo, La bestia es derrotada, de 1945, pero los aliados se quedaron en Francia y no bajaron los Pirineos. No tocaba. Antes del fin ya había intermedio, que decía el hombre de la camisa verde. Pionero, llama Egido a Calvo, del cómic europeo. Y apostilla: “La salidad del armario de la obra de Calvo ha permitido apreciar la gran influencia que tuvo sobre este artista Walt Disney y en el general el cómic norteamericano”. Y la historia empieza con una pata de palo, la del “glorioso Paticojo”, ese “pequeñísimo accidente en la tremenda tormenta que sacudió nuestro pobre mundo durante más de cinco años”. Delante de su medalla colgada en la pared, fumando y junto a la chimenea (otra vez), los tres nietos escuchan epopeyas generacionales, luchas que hubo que hacer después de la chamberlainada de mirar para otro lado (y todavía lo siguen reivindicando). No valía tomar el sol, había que reivindicar tomar el sol. Viento en popa a toda… hasta que la tormenta perfecta llegó. Antes de esa tormenta, “eran los tiempos en los que, sin miedo al lobo, el bebé cordero podía saciar su sed en la corriente de agua pura…”. Y que tengas dulces sueños, pero el sueño es pesadilla perpetua. Y hasta el ladrillo, tan idolatrado al sur de los Pirineos, se muestra como esplendoroso, como símbolo de progreso: “Cuando la construcción va, todo va”. Claro que sí. Todo es esplendor, hasta que se pudre. Y una copita después del trabajo, claro que sí. La clase media siempre gana, o cree que gana. Tertulias y garras, pero sin recordar los viejos consejos del viejo jubilado (llámese Raminagrobis o ponga la etiqueta que quiera). “Los menos ricos podían alimentarse por poco dinero”. De ilusión también se vive, que diría Ginés Caballero. Y podemos vivir bajo setas, o bajo grandes raíces, o bajo el paraguas de papá o mamá (siempre queremos ser el orgullo de mamá, con o sin falsete de Summers), siempre “vivíamos felices sin ser muy conscientes de ello”. ¿Alguien recuerda 1992? ¿Y 2007? ¿Y 1939? ¿Y 1936? Ni Dios. Y mientras hay paz, o ausencia de guerra, la palabra patria no tiene significado, o deja de tenerlo: “Éramos tan felices que esa palabra (patria) no significaba nada”. De mañana en mañana nos recuerda Rosa Belmonte La Marsellesa y Casablanca, y todo ese blanco y negro del que tampoco se acuerda ni Dios, ni el Dios de los rusos ni el de los ucranianos. Ninguno. Del patriarca ruso podríamos hablar, pero hubiera sido mejor que estuviera por aquí Don Manuel Alcántara. Habrá que imaginárselo. Hay que pensar en las oportunidades perdidas que hay tras una guerra, tras una batalla, tras la derrota de las ideas. Y más allá de selvas negras, siempre hay una Barbarie, una idea de celos y envidias, de complejos de inferioridad intelectual y de superioridad moral. Tanto va el cántaro a la fuente que al final te quedas sin agua, Caballero dixit. Siempre hay que esperar a los Juegos Olímpicos, de verano y de invierno, que esos soldaditos y sus guerras no traspasaban fronteras hasta que si traspasaron fronteras. ¿Pero qué son las fronteras? ¿Han existido alguna vez? ¿Quién quiere un juguete ajeno teniendo el propio? Y siempre hay un enano rumbero que lleva la voz cantante, y al que siguen como pastor sin Orihuela. Y seguir mirando, siempre, a otro lado. Y los cómplices, y la radio queipodellanista que diría EHDLCV. Siempre hay cómplices pero como le digo a mis alumnos, hay que preguntarse si nos están utilizando. ¿Ha habido alguna vez que un político no intente utilizarte? Y no importaba que a otros vecinos los trataran como felpudos, porque la frontera propia no era la ajena. Y, de pronto, aparece “la Gran Matanza”. Y me gusta esa etiqueta de los cómplices, de “falso profeta” y de “bufón condecorado” y ese sueño de creerse dueño de todo el bosque que parecía que se hacía realidad con falsas treguas y apaños entre bestias. Y entonces, con el grito bunburyzado, ¡Avalancha! Que no falten las avalanchas. Desfiles a los que acudir y ausentarse, dolor multiplicado por jauría incontenible. Desánimo y complicidad tóxica al poder. Huida, exilio, traición. Éxodo y clemencia. ¿De verdad que hay espacio para el consuelo en mitad del horror? Llanto y consternación, pero también reflexión sobre el más asqueroso de los colaboracionismos. Eso sí que no se puede olvidar, esa complicidad con la maldad que no tiene perdón ni olvido. Pero hasta en la peor de las situaciones, oposición y espíritu. “La razón sola no puede andar contra la fuerza bruta”. En la segunda parte, La bestia es derrotada, el abuelo sigue contando a sus secuaces la historia en la que “la mayor parte de los pequeños pueblos de animales pacíficos que rodeaban Barbarie fueron ocupados y esclavizados”. Y el general invierno, y el cambio de rumbo, y el agotamiento, y la reacción, y el contraataque y todo lo demás. Reuniones, conferencias, palabras que solo alargaron más el asunto. Y más palabras para hacer pensar, o para creer que no todo lo que se escribe debe verse desde ópticas fuera de contexto: “En un mar en el que se creían seguros, probablemente porque llevaba el nombre de un antecesor del Gran Lobo -igual de bárbaro, pero de una clase completamente diferente-“. La barbarie, las etiquetas, los juicios de valor y todo lo demás, pero que a veces hacen de la reflexión una obligación: “¿Acaso pueden hacerse grandes cosas sin un poco de locura?”. La locura no siempre funciona o puede derivar en otros aspectos de difícil definición: “Los ataques masivos a Barbarie, que seguíamos con reconfortante alegría…”. Ese hecho, el de la destrucción de ciudades enteras por los aliados, se olvida, o se quiere olvidar, o no se quiere subrayar en libros de texto, ni en conferencias. No. Parece que no existió ese afán, esa venganza, esa forma de aniquilar a poblaciones civiles que, aunque colaboraron con el horror, en muchas ocasiones se vieron desprovistos de capacidad de elección. ¿Cuál hubiese sido el precio exacto de la liberación? Es difícil cuantificarlo (da pavor solo pensar en las cifras), pero desde un punto de vista cualitativo quizás no se escogió de forma selectiva. Y como todo es mentira, “cuando no teníamos buenas noticias, nos las inventábamos en lo más profundo de nuestro corazón”. Y hemos recreado en nuestras retinas, antes y después de Salvar al soldado Ryan, el Desembarco de Normandía, pero la imagen de ese infierno de salvación, de ese día D, de ese Mickey Mouse, es bestial en las páginas 82 y 83 (solo por esas dos páginas merece la pena el libro). Y vuelve a insistir, en su locura, en esa “libertad de respirar”. Y el recuerdo de personajes del cuarto poder, como Jean Hérold-Paquis, que muestran esa vieja teoría del viento y la bandera, del agua sucia que siempre acaba en la acequia, que decía el hombre de la camisa verde (y enterarte por esto de la existencia de algo llamada Bandera Juana de Arco en la Guerra Civil Española). La pregunta debe enfatizar sí nosotros hubiéramos hecho lo mismo, o hubiésemos sembrado el terror siendo ordenados para ello: “No creáis a los que os digan que eran lobos de una clase especial. ¡Eso es falso! Creedme, hijos míos, os lo repetiré hasta mi último aliento, no hay lobos buenos y lobos malos; existe Barbarie, que es un todo y tiene una sola raza, la de los monstruos, los verdugos, los sádicos, los asesinos”. Un libro imprescindible.
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2 comentarios:
Un gran descubrimiento este libro como testigo de su época, a ver si me lo termino ;)
Sí que lo es
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