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miércoles, 2 de marzo de 2022
Euphoria. Segunda temporada
Bajo esa apariencia de videoclip que no acaba nunca, Euphoria se vuelve a preguntar en su segunda temporada por el amor y la pérdida. La apariencia de ejercicio emeteuvístico no acaba nunca, pero al introducir desamor y lucidez, venganza y desilusión, te lleva a creer que es un parábola sobre el mayor de los desprecios. ¿Es todo mentira? ¿Por qué no acaba nunca esta sucesión de imágenes y sonidos? El problema es que vuelven a meter la palabra patriarcado por todos lados con calzador, y el empoderamiento y toda esa bazofia que nos pretende gobernar desde el Ministerio de la Desigualdad. Y entre visita a Narcóticos Anónimos y fiesta de fin de año y vuelta al instituto en el enero con supercuesta, nos muestra a jauría de personajes que viven una depresión permanente. Y si se pusieran algo de ropa, incluso a veces iría mejor. Hágase querer por una yonki, por una loca, por una pandilla de locas, por el manicomio entero. No sé si es una buena opción tirar por la calle del final, la de la esquina oscura, la de la mierda enlatada, la del mono y los celos sempiternos. Será por jaleos, será por pedir camisetas en casas ajenas, será por joder la marrana. Y se pone, con demasiada moralina, a hablar de perdón, de “perdonar con generosidad”. ¿Qué pijo es eso del perdón? ¿Acaso otro truco de marketing? ¿Acaso fruta de colores de la que nadie quiere del roscón? ¿Perdonar en mitad del subidón? No hombre, no. El perdón no existe. ¿Catarsis? Y al final, teatro, porque todo es mentira y tiene que subir y bajar el telón, que siga el espectáculo aunque caigan vidas y niños, cristales rotos y jodiendas con vistas a la ficción. Viva la mentira videoclipizada.
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