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lunes, 28 de marzo de 2022
Yellostone. Cuarta temporada.
Después de la quietud, la tempestad y los cuervos. Hágase querer por una venganza que disipe el humo y las entrañas. Apocalipsis en Montana. Con un primer capítulo que deja sin resuello, de principio al final, de preguntas sobre la derrota y de cuestiones que hacen pensar si el camino más rápido hacia el final es seguir respirando. Un disparate. Se centra también esta cuarta temporada de Yellostone en el control de lo narrativo, en las personas que luchan para hacerse con el discurso político y de la historia, lo que ahora los cursis y el resto llamamos el relato. La importancia del relato, que subrayan los ivanredondistas. Y esa convivencia dañina, esa envidia de lo que pudimos ser y no fuimos, esa salida de prisiones mentales y física, esa jodienda que se extiende como metástasis maligna. Y en ese pequeño trozo de la tarta de Montana, se multiplican las redes de intereses: el padre que se queda con una gran casa vacía, el sustituto de la paternidad, los hijos pródigos, las últimas oportunidades, las conjuntivitis de las vacas, la masturbación de los caballos. Ríanse, de nuevo, de parábolas bíblicas, de los hijos pródigos que siguen jodiéndola, de las visiones mironianas después de cuatro días sin comer, de lo freudiano de querer matar al padre y escapar a verlas venir desde el riachuelo, a jugar con dos barajas, de sustituir a la familia por el clan vaquero, la tribu por la convivencia con el enemigo, la lujuria política por la inexistencia familiar. Todo es posible en Yellowstone.
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