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domingo, 20 de marzo de 2022
La unidad. Segunda temporada.
Hágase querer por un infiltrado, por un padre de un hijo, por un pañuelo blanco un día de luto, por un caza haciendo su trabajo. Me desconcierta el principio de la segunda temporada de La unidad. No sé si quiere llevárselo a un terreno pantanoso, o hacer chistes en azoteas (sin gracia, sin Beatles) o buscar cuotas femeninas en grupos de responsabilidad. Objetivos que cambian como la calima de marzo de España. Y luego se marcan un ratito en un patio de vecinos en busca del narcopiso típico que te hace volver a la realidad. Esta es la España de la Carretera del Palmar y de cualquier barrio. ¿Qué hemos hecho para llegar aquí? ¿O qué no hemos hecho para llegar aquí? Nada como escarbar en la mierda para encontrar mierda, que decía el hombre de la camisa verde. Y cuando escabas, salen topos. Será por topos. Ríase usted de la época de Mou. Pensar da miedo, casi tanto como ir a clase algunos días. O muchos días. Pero al final del primer episodio ya te das cuenta de que esto no es una broma, que el ventilador alcanza de alfa a omega y todos los putos abecedarios del mundo. No solo el gas de Argelia y el Sahara y Marruecos saltan por los aires el mismo día del estreno. Curioso, que no casual, que las casualidades no existen. La España que tenemos es la que nos merecemos: nos importa más el 8M que el 11M, como también decía EHDLCV. Así. Con un par. Y hablando de cosas que importan, de las que subrayamos con bolígrafo rojo, La unidad se centra en el retrato y en el relato. No duda en retratar esa sociedad anclada en un Medievo, pero con teléfono móvil, con costumbres que ya no se pueden llamar modas envejecidas porque dan mucho asco. Demasiado. Y si el retrato de ese islam anquilosado como un régimen obsoleto es importante (y no solo en la poliginia y la pluralidad de cónyuges, en la Guerra Santa, en las jodiendas con vistas a mentalidades a extinguir), lo es aún más el relato. Y en ese relato, en ese cuento, no podemos sacar moralinas de todo a 100 sino cuentos tristes en los que siempre salimos perdiendo si no somos constantes y eficaces en la lucha contra el mal. Y el mal siempre trabaja para hacer más mal. Si reconstruimos la cara del mal contemporáneo, curiosamente muestra un mal emparentado con una ideología o una religión determinada, aunque cierta prensa y cierta superioridad moral nos impida, otra vez, llamar a las cosas por su nombre. Una gran segunda parte la que han confeccionado en La unidad, porque, a veces, ilustrar el mal nos ayuda a entenderlo.
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